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OPINIÓN: Aun cuando el fin se veía venir, la muerte de Gabriel García Márquez golpea

OPINIÓN: Aun cuando el fin se veía venir, la muerte de Gabriel García Márquez golpea

Columna de opinión

Por Carlos Rajo

Ciudad de México. 17 de abril, 2014 - Aun cuando el fin se veía venir, la muerte de Gabriel García Márquez golpea.

El autor de, entre otras, “El Amor en los Tiempos del Cólera” y “Cien años de Soledad” había estado enfermo por los últimos años y, recientemente, se fue del hospital a su casa en lo que se entendió como su deseo de morir en el hogar, la casa del barrio de San Ángel.

Cuesta creer que sea cierto que el “Gabo”, que con su presencia y sus libros ha acompañado a generaciones de latinoamericanos, no esté más con nosotros.

El novelista de origen colombiano, premio Nobel de Literatura y residente por mucha parte de su vida en la capital mexicana, murió el jueves de complicaciones de una neumonía y cáncer. García Márquez tenía 87 años.

Muchos son los libros que se recordarán de García Márquez, pero ninguno como la aclamada novela “Cien Años de Soledad”, de la cual el escritor alguna vez comentó que se vendía literalmente en todo el planeta como pan caliente. El libro fue escrito durante los primeros años de residencia de Garcia Márquez en México, tiempos duros en los que el por entonces incipiente escritor se ganaba la vida trabajando en publicidad, periodismo y como guionista de cine. La novela fue no sólo un tremendo éxito comercial y literario, sino que además columna vertebral del llamado realismo mágico, esa manera tan latinoamericana de contar historias donde se combinan la realidad con la fantasía.

No es posible hablar y entender al García Márquez escritor sin referirse también al García Márquez periodista. No sólo porque fue así como comenzó su carrera de escritor sino porque él mismo decía que nunca dejó de ser periodista -aún después de haber ganado el Nobel y demás.

Fue en el periodismo, tanto en Cartagena como luego en Bogotá -es gracias a él que muchos fuera de Colombia supimos del término ‘cachacos’, como se les conoce a los bogotanos- y luego en Europa como el corresponsal pobre del diario El Espectador, que García Márquez adquirió el oficio y afiló la imaginación para lo que vendría después: convertirse en el más grande escritor de Latinoamérica -‘el inventor de América Latina’, ‘su único profeta’, como lo describiría el escritor mexicano Jorge Volpi.

Tampoco es posible hablar del García Márquez escritor sin referirse al García Márquez cercano al poder. No en el sentido de lo que otros escritores latinoamericanos famosos han hecho de intentar ellos mismos ser protagonistas políticos a la manera de Mario Vargas Llosa, Rómulo Gallegos, o Pablo Neruda, sino el de estar cerca del poder. Y no necesariamente para sacar ventajas de esta cercanía sino para analizar, observar y escrutar a esos grandes personajes del poder comenzando, por supuesto, por su amigo de toda la vida Fidel Castro (muchos que admiran al García Márquez escritor no le perdonan que nunca haya renunciado a su amistad con Fidel o el no haber cuestionado abiertamente a la Cuba castrista).

Pero el Gabo también cenó, tomo copas y hablo largo y tendido con Bill Clinton, el español Felipe González, el fallecido ex presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, el francés Francois Mitterrand y varios presidentes mexicanos. Igualmente, con el panameño Omar Torrijos. Su novela “El Otoño del Patriarca”, aunque fue escrita antes de que conociera a varios de estos personajes, es un buen reflejo de esa obsesión por el poder del escritor.

No extraña que García Márquez muriera en México. Desde que llegó a la capital mexicana a principios de los años 60, García Marquez estuvo siempre vinculado a México. Antes de la fama que le trajo “Cien Años de Soledad”, apenas sobreviviendo en algún modesto apartamento. Luego que se hizo escritor con recursos se mudó a una amplia residencia en el Sur del Distrito Federal, sitio donde vive mucha de la intelectualidad y clase política mexicana.

Y vaya giros que da la vida. Sucede que García Márquez llega a México -acompañado de su esposa Mercedes y su primer hijo por ese entonces, Rodrigo,- como resultado de una decisión de última hora. La familia estaba en New Orleans, donde habían parado luego de un viaje por el Sur de Estados Unidos en los autobuses de la compañía Greyhound y, de pronto, sin un motivo aparente deciden que en lugar de cruzar Centro América y regresar a Colombia como era el plan original, irían a México (García Márquez venía de New York donde había sido corresponsal de la Agencia Cubana de Prensa, Prensa Latina).

En México “sólo teníamos cuatro amigos”, escribiría años después el Gabo en una crónica periodística, uno de ellos Alvaro Mutis, el también escritor colombiano ya fallecido. En México nacería luego -en1962- el segundo de los hijos de los García Márquez, Gonzalo. “Aquí he escrito mis libros, aquí he criado a mis hijos, aquí he sembrado mis arboles”, diría alguna vez el Gabo al referirse al país que lo vio morir.

Pero no hay que llamarse a confusión. Es cierto que García Márquez hizo de México su segunda patria, cosa normal en muchos escritores que a través de la historia han debido emigrar para ser conocidos, encontrar el éxito o simplemente salvar su vida. Pero al mismo tiempo, el Nobel, el escritor de fama mundial, el personaje de leyenda, el autor de libros que en los siglos por venir seguirán siendo referencia sobre Latinoamérica, nunca dejó de ser colombiano.

Un detalle: cuando va a recibir el Nobel lo hace no vistiendo el tradicional traje de gala -‘smoking’- sino con pantalones y camisa blanca manga larga -el ‘liqui-liqui’ de los llaneros colombianos-. Y por supuesto, con decenas de compatriotas que lo acompañaron, incluidos músicos con acordeón y demás para tocar canciones de Vallenato. “El Colombiano Universal”, como le llaman en su patria y como hoy el mundo le recuerda.